La historia de un galgo que pudo morir ahorcado
El ahorcamiento de los perros galgos, degracidamente, es una práctica muy utilizada por los dueños cuando quieren desprenderse de ellos. Es una muerte agónica. El perro puede tardar de minutos a varias horas en morir, depende del tipo de nudo y del peso del animal.
El galgo es una de las víctimas más comunes. Según datos oficiales, miles de galgos son ahorcados o abatidos a tiros al año en España. Esta práctica salvaje se utiliza después de la temporada de caza y se suele dar en Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha.
Son muchas las asociaciones de animales que luchan contra el abandono, el maltrato y la muerte de los galgos, y que intentan concienciar a los dueños para evitar esta situación y a las autoridades para aumentar las penas de los acusados por estos delitos.
La historia que reproducimos aquí podría haber tenido el mismo final trágico que suelen tener estos hermosos animales cuando sus dueños deciden que ya no les son útiles para sus cacerías de ese año.
Este relato está contado por sus protagonistas, una historia real vivida por Rafa y Rebeca cuando viajaban camino de Madrid y que, una coincidencia del destino, hizo que el final al que estaba condenado la vida de un pequeño galgo no fuera su fin, sino un principio.
Esta es la historia de Kler
Volvíamos de Cádiz y con dirección a Madrid una fría mañana de invierno, cuando me entraron ganas de hace pis. Tomé la primera salida de la Autovía de la Plata, Villafranca de los Barros, creo que ponía Sur. Y busqué una cafetería.
Era prontito ese domingo, no llegarían a las 9.00 y la primera cafetería a la derecha parecía no estar todavía abierta, así que paré el coche en el aparcamiento y me fui a los setos a desahogarme.
Enseguida noté una presencia entre la espesa niebla. No podía ser un caballo pero mi sensación primera fue esa. Lo que fuera era grácil y blanco. Cuando terminé, vi a una galga preciosa, absolutamente blanca y con el pelo demasiado largo, que me escudriñaba a través de unos preciosos ojitos fijos. Me agaché y se vino a lamerme. No me lo podía creer. ¡Se me acercó! Tenía una soga cortada en su cuello y heridas sangrantes por todo su hermoso cuerpo.
En el coche, Rebeca dormía con Flo –nuestro galguito italiano- en el asiento del copiloto-. Cuando le dije a Rebeca lo que me había pasado, saltó literal del coche y me dijo que le trajera comida. Se sentó en una escalerita del lugar. Estábamos solos. Flo, el galguito, que desde el coche, imagino, no entendería nada, Rebeca con comida en sus manos esperando, ella acercándose suavemente y yo. Fue una escena onírica,
Entre la niebla, la galguita herida y abandonada, o a saber de qué barbaridad escapada, comiendo de las manos de ella. Busqué algo parecido a un collar entre las cosas del maletero y una correa. Tras unos momentos que no sé, en realidad, si fueron largos o cortos, la perrita ya estaba tratando de entrarpor primera vez en su vida en nuestro coche.
Su presencia y su respiración eran omnipresentes. No se sentaba, no sabía quiénes éramos, a donde la llevábamos, quién era ese galguito que curiosamente luego supimos compartía más o menos edad, ¡dos añitos!
Ella nos miraba, de pie en los asientos traseros, todos para ella. Plagada de bichos, de heridas, de golpes, de suciedad, que no impedía brillar su hermoso pelo blanco y la nobleza de su mirada.
En cuanto llegué a una gasolinera, muchos kilómetros después, ella se bajó y pensamos que se marcharía: pero no, no se fue, no se fue nunca más. El momento en que le corté la soga fue para mí muy importante. Percibí que era el final y el comienzo. La perrita se dejaba. Su enorme cuerpo lo ponía a merced. La emoción del encuentro no se ha perdido jamás, siete meses después…
Kler, que fue el nombre que le encontramos, no casual, porque ya lo guardábamos para alguien a quien esperábamos, pero que jamás pensamos que llegase de esa manera, fue desde el primer momento familia. Con los perros no se sabe porqué, pero hay algo muy fácil que nos vincula desde el primer momento y que parece indestructible.
Kler no tenía chip. Nos dijeron por unos de sus muchos cortes que era posible que se lo hubieran quitado para borrar la huella del criminal que abandona, o intenta aniquilar a unos animales tan extraordinarios como ellos, los galgos. Algo que sólo indica brutalidad, inconsciencia espero, que nos adorna y que no nos deja avanzar como especie.
Kler no tenía nada, tan sólo amor en cantidades ingentes. Hoy corre y corre, juega y juega con todos, perros grandes, pequeños, gatos, personas, huesos, pelotas, sombras, pájaros –a los que puede perseguir kilómetros y kilómetros sin desfallecer-. Hoy, Kler es un milagro en nuestra vida venido de la niebla, ligero, cariñoso, digno –jamás soporta ni el más mínimo roce de un pie sobre ella-, que nos hace mejores, nos acompaña, nos avisa desde esos ojitos increíbles que quieren algo: caricias, pis, salir, agua, comida, chucherías o sólo establecer un contacto que va más allá de cualquier palabra que se pueda escribir.
Por sucesos y relaciones como esta, toda una vida merecería la pena, de verdad.
Autor del texto: Rafa
Fotografías: Rafa y Rebeca